lunes, 20 de junio de 2011

Raphael, una vez más, volvió a triunfar ayer en Sevilla.

Ocho y media de la tarde. Silencio. El espectáculo comienza y, las pantallas de proyección, realizan su particular guiño al protagonista de la cita a través de imágenes que recorren parte de su longeva trayectoria. Enseguida, Raphael, sin artificios, sale a escena desnudo del sonido de esa música que, como cordón umbilical, le une a un público que le recibe de pie y entre unos aplausos que le han acompañado en su camino casi desde que tiene uso de razón.
A partir de ahí, comienza el mano a mano con una garganta que lo deja claro desde el principio: "Todo lo que he amado es una canción, un teatro... y a ti". Una declaración de intenciones bajo la que llegan La noche, Somos, Cuando tú no estás, Digan lo que digan... Títulos que, junto a otros muchos, conforman el repertorio de una figura acompañada, en esta ocasión, tan sólo del excepcional pianista, Juan Esteban Cuacci. Desnudez, por tanto, en el regreso a una Sevilla la cual no cesó de piropear a este ídolo que vuelve para celebrar sus "primeros" cincuenta años de profesión.
Así, sentado en una silla, paseando por ese hábitat suyo que son las tablas, bailando o rescatando actuaciones de antaño -a las que ponía la voz en directo-, el niño de Linares hizo vibrar a una audiencia entregada. Todo pensado, todo medido, todo perfecto. Es la pócima mágica que, mezclada con altas dosis de talento, se convierte en el eterno secreto de nuestro protagonista. Generaciones de cinco décadas dieron ayer testimonio de que, esta fórmula, funciona. La pena es que, el único que conoce las dosis exactas de sus ingredientes, es Raphael. Siempre Raphael.

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