Sombrero a media ceja, traje a rayas, pose farolera... ¿Es “Cambalache” el temón que está entonando Raphael? ¿Acaso la fiebre tanguera le ha brotado al Divo de Linares, al Niño de España? Ahora que lo rodean las fotos familiares, los libros del boom y los fuelles, mira desde su ventanal un lado y otro del océano. “¡Qué escándalo! ¿no? ¡que recién ahora me aventure al tango!”.
Raphael ríe y jura que el respeto ha sido para él la clave del género que admiró en Gardel, en Susana Rinaldi y tantos más.
“Pero voy a contar la anécdota -arranca- porque tiene su chiste: resulta que un día me busqué en Youtube (sí sí, a mí mismo) y me hallé en un video de hace muchos años, cantando ‘Nostalgias’ junto a Manuel Alejandro”.
- ¿Te habías olvidado de eso?
- Pues sí, fue un redescubrimiento.
Ajá, la prueba todavía está ahí: un Raphael en blanco y negro (año ‘68) brincando sobre el piano de Manuel y agradeciendo “todo el cariño que Argentina ha puesto en mi persona”.
- ¿Y te sentiste esta vez maduro para entregarte más de lleno al Río de la Plata?
- Sí, lo hice con hondísimo respeto, como decía, pero sin querer parecerme a nadie. Por supuesto, he tenido el honor de cantar con Gardel.
Guiño de divo: hace un tiempo, Raphael interpretó “Volver”, a dúo con un Zorzal que apareció en escena proyectado en pantalla. ¡Y salió bien!, consintió entonces el público mexicano, testigo del experimento que antes adulteró Pavarotti.
“Ahora...un disco de tango como el que me propuse tenía que ser grabado obviamente en Buenos Aires, no en Francia o en Madrid, con músicos argentinos”, redunda el español.
Como por arte de casting, esa troupe instrumental integrada por su histórico orquestador Waldo de los Ríos, ha sido su prueba de fuego a la hora del rec: ‘Tras cada grabación, echaba una mirada a los músicos; si les veía buena cara, era que todo iba bien”.
Momento mágico, cuenta, fue cuando cantó Malena, “tras abrir lo ojos ví que los muchachos se habían puesto de pie”.
Es fácil imaginar que el dramático cantante demuestre cada vez más su capacidad de compenetración -sonora y corporal- con los lugares que siente íntimos.
“Me enamoré de Argentina desde la primera vez que vine, de la gente. Las recepciones de los hoteles son una primera impresión siempre. Aquí, apenas traspasé la puerta, me llamaron como en mi patria, ¡Niño!”.
Pero cuando ya uno cree que el Raphael que habla desde el Viejo Mundo en un entresueño es ese señor de su casa, que vive rodeado de fotos familiares, libros de García Márquez y una discografía que paladea la clásica y el jazz, saca un ademán de la manga: ¿que si escucho algún cantautor por estos días? “Pues, me encanta Bunbury”.
- Claro, él está bastante somatizado contigo
- Y yo con él.
Se entiende: Enrique Bunbury renueva la vena melodramática hispánica también pasada por Elvis, que el histrionismo peninsular asumió.
- ¿La tuya es un alma tanguera, de ésas que se regodean en el llanto?
- Mmm, no sé si tanto. Pero creo que el sufrimiento es clave, que primero hay que saber sufrir.
¿Te ha quedado algún sueño pendiente, Raphael?
- Verás: yo los sueño los llevo a cabo. Trabajo las ilusiones, jamás las suspiro.
No tan distintos
“Siempre me he rodeado de músicos argentinos, simplemente porque los argentinos son pedazo de músicos”, sincera la voz. Lo dice, claro, uno de los solistas en español más importantes de la segunda mitad del siglo XX, del tamaño de Joan Manuel Serrat, Camilo Sesto, Juan Gabriel, Julio Iglesias, Luis Miguel, Rocío Durcal, Rocío Jurado y José José.
- Entonces, ¿con qué ingredientes viene esta vez Raphael, aparte del 2 x 4?
- El show es una trilogía de tango, bolero y ranchera. Los géneros de los países que llevo en el corazón.
Y todavía le dura la emoción del show que, a propósito de esta gira, brindó hace unos días en Moscú. “La respuesta del público ruso fue conmovedora; verás, en algún sentido, ellos tienen muchas cosas en común con vosotros”, dice quien sostuvo tres horas de espectáculo en el Palacio del Kremlin.
Cierto: los trechos enormes, la sensibilidad cortavena, la dureza aparente. Raphael asiente y desanda los kilómetros entre esos cielos nublados para encontrarle los rayos latinos.
Y volviendo a los compases donde Europa y Buenos Aires empalman, desliza: “El tango es una forma de ser, de vivir, de ver la vida”.
Gracias a la vida
“La suerte más grande que he tenido es haberme dedicado, desde los 14 años, a trabajar todos los días en lo que me gusta”.
Raphael empezó su carrera profesional a través del sello discográfico Philips. De hecho, fue la causa de que adoptara la grafía "ph" del nombre de la compañía para debutar con su nombre artístico.
Claro que lo llamaban el “Ruiseñor de Linares”, “El divo”, hasta que la Península entera lo adoptó como precoz tesoro nacional.
Ese goce del oficio lo llevó a grabar más de 50 álbumes a lo largo de su trayectoria.
Sin embargo, tuvo que afrontar una enfermedad hepática que por un tiempo lo retiró de los escenarios. “¡Quiero vivir!” se tituló el libro que dio testimonio de la experiencia, editado en 2005, año que lo vio retornar a su agua, la escena.
“Pero no sólo pertenezco a los teatros, pertenezco a cada familia, a cada casa”.
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