La plaza Mayor de Valladolid, posiblemente la más grande del país, se quedó pequeña para ver anoche a Raphael. El cantante de Linares desarrolló un concierto de esos que pocas veces están al alcance, perfectamente adaptado al recinto y a las características del espectáculo. Si en 2009 llenó la plaza de toros de la misma ciudad y años anteriores hizo lo propio en los teatros Zorrilla, Lope de Vega y Calderón, el carácter público de esta ocasión añadía un interés especial.
Todo el perímetro de la plaza quedó anegado y tras la actuación, cortado incluso al tráfico, con taxis, automóviles y autobuses esperando que el reguero cesara. Esto muestra que además del share –por usar un término televisivo- de 25.000 personas, pudo alcanzar picos de 35.000. Los balcones se llenaron como hacía mucho no lo hacían, posiblemente desde la actuación de Lola Flores. El reclamo había hecho su efecto, era una cita imprescindible. Le aplaudieron hasta con imperdibles en las cejas.
A lo largo de las dos horas y veinte minutos sonaron inevitablemente ‘joyas de la corona’, como él mismo las llama, pongamos, ‘Hablemos del amor’, ‘Desde aquel día’ y ‘Estar enamorado’ junto a ‘No puedo arrancarte de mí’, ‘Ámame’, ‘Adoro’, ‘Te estoy queriendo tanto’ y ‘Yo sigo siendo aquel’. Entre una tanda y otra, tangos, boleros y rancheras que justifican su repertorio de Te Llevo En El Corazón, con el que triunfó hace cinco meses en el Madison Square Garden de Nueva York y en el Palacio del Kremlin de Moscú, entre otros sitios. ‘A media luz’, ‘En esta tarde gris’ y cuando llegaron las rancheras -‘Ella’, ‘Fallaste corazón’, ‘Grítenme piedras en el camino’-, el dramatismo del género unido al de la interpretación provocó que la garganta de Raphael se rajase por primera y única vez.
Raphael ha dejado en el camino a cualquier compañero de generación, bien físicamente, bien artísticamente. Su capacidad para reinventarse, llegando a una contención de auténtico caballero de escena, le ha permitido renovar a su público, formado por amplias capas populares, en absoluto pijo-conservador. Como llamativo es que en la presente edición del Sonorama, festival ‘indie’-moderno por antonomasia, dos grupos le versionaran.
En ningún momento el artista perdió la sonrisa. Lejos de darse un baño de masas, sudó la camisa como si el público –de quince a ochenta y cinco años- no lo tuviera ganado de antemano. Dos personas de setenta y pico salían de la plaza con muletas y dificultad, pero con amplia sonrisa en la boca. Concierto histórico de un cantante histórico. Doce y media de la noche. A casa. Unas treinta mil personas salen, ocupando aceras y carretera, ahora le toca trabajar a la policía.

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