Oh es él. Raphael. Un tipo que lo mismo se mete en tu
casa por Navidad con un especial de TVE de Nochevieja que te canta «La
maldad y el terror Koji puede dominar», la mítica canción de Mazinger Z.
Un tipo radiactivo y mutante que se ha reinventado las veces necesarias
para que al final le dieran, como a Michael Jackson y a Queen, un
'Disco de Uranio'. Porque los de plata, oro, platino y diamante juntos
se quedaban cortos.
Rapahel, un tipo que arranca su concierto de anoche en
Granada con un silencio. Tiene bemoles. Pero el silencio enseguida se
llena no de notas, ni estrofas, ni tampoco de estribillos. Son aplausos
del público, que llena la sala García Lorca del Palacio de Congresos de
Granada, entregado sin una sola nota. Sin siquiera haber pronunciado
Raphael una sola palabra. Es la promesa del divo, atesorada canción a
canción, gesto a gesto, taconazo a taconazo, sonrisa a sonrisa en un
Raphael que pacta con el respetable que cada aplauso del inicio, los de
sin canciones ni notas, los devolverá por duplicado. Le falta tiempo
para cumplir este pacto. Al final de la primera canción del concierto,
una apasionada declaración de principios que comienza -faltaría más-, 'a
capella', Raphael se confiesa con los suyos: «He decidido retrasar el
final». Le pega que puede. Media hora después y siete canciones
arropadas por un sonido polifónico y musicalmente sublime en el que por
entre todas las cosas destaca una voz firme y calibrada, en el Palacio
de Congresos la temperatura de esta fría noche de viernes de noviembre
ni sube ni baja. «Hace Raphael», como cuando entraba Lorca se decía que
no hacía ni frío ni calor sino que «hace Federico». Es lo que tienen las
personas cosidas por genios que los hacen divos.
La primera hora del concierto encamina su recta final y
aparecen esas canciones clasiconas y amerengadas que tanto éxito le han
proporcionado durante medio siglo al artista. 'A media luz los dos'
tiene un efecto húmedo entre ellas. Las lágrimas brotan y emocionan.
Excitan. Debe ser recíproco, porque la voz de Raphael comienza a ser un
manantial de sensaciones y parece que canta con el corazón, con el alma;
por qué no decirlo, con el hígado, esa víscera trasplantada que le ha
dado la vida a él y a los suyos. Es decir, a todos los que le
escuchaban, embelesados.
Una hora después
El retrato del artista adolescente en pasión por su
oficio de cantar sentimientos se plasma en tres actos canción a canción.
Comparte con el público como nadie. Y tiene recursos para hacerlo al
principio, en el medio, quizá al final. Si toca al principio, puede que
el maestro al piano que le guarda las espaldas recorra el teclado de
marfil sobre ébano, el público reconozca lo que viene y rompa en
aplausos. Raphael, que sabe lo que va a pasar, reacciona como si fuera
la primera vez y confirma, asintiendo con la cabeza. Y esto a la gente
le-en-can-ta.
El segundo recurso es utilizar esa voz portentosa para
fabricar artesanalmente un momento mágico. Una vez que les ha llevado a
todos hasta esa cumbre mayestática, frena en seco. El vacío de la voz
solo puede paliarse con aplausos. Queda el tercer movimiento
espectacular. Es el del redoble de tambores, toque de cornetas y
apocalipsis hipnótico. Cada final de una canción es como una despedida
romántica. Y la gente, se enamora.
Llama la atención, ante tanto 'show business', lo que
aquí se ha llamado siempre 'americanadas'; tanto fuego artificial y
tanto tachunda tachunda bien para partidos de fútbol bien para partidos
políticos que el espectáculo de Raphael se espartano, sobrio, negro por
elegante. Y solo colorido por su voz. Una hora después, Raphael se
sienta en el piano de cola y entona una canción de amor. «Por qué te he
amado tanto», recita. Esto promete tras el ecuador. Porque faltan todos
los megahits.
Es-cán-da-lo
Dicho y hecho, se van desgranando entre habaneras,
rancheritas Viva México y corridos. Para ello Raphael tira de chaqueta
blanco entre gritos de «guapo» o se vuelve a cambiar pero esta evz se
toca con sombrero negro de ala ancha, ya sabe, los que valen para los
que tienen 'tumbao' al caminar. Y a él, le sobra.
Llegan los momentos de liturgia completa y Raphael cuenta
que en todos los hoteles de todas las ciudades «me reconocen. Y me
dicen que se saben todas mis canciones. Mentira», dice que responde,
«solo os sabeis todos un poquito de ellas». Y lo comprueba. Y en efecto,
el público se sabe el comienzo y ahí muere la afición. Por eso, Raphael
la canta despacio y pactan: «El año que viene prometo que vuelvo a
Granada y a cambio cantamos todos juntos esta canción». La sala se viene
abajo y Raphale entona»Estar enamorado es...».
Esto será ya un no parar. El público se pondrá en pie al
principio, en el medio o al final. O las tres a la vez hasta que ya, a
media luz, todos a una, se empleen a fondo con ‘Es-cán-da-lo’, y un ‘Que
sabe nadie’ al que le sigue para terminar la canción que forjó la
leyenda: ‘Yo soy aquél’. Oh es él. Raphael.

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